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HISTORIA DEL ARTE URBANO EN BOGOTA.

En la ciudad de Bogotá, el arte callejero brilla por su efervescencia y magnitud. Bogotá se ha convertido en las últimas décadas en la gran capital latinoamericana del grafiti y del muralismo. Tanto es así que algunos viajeros consideran que la belleza de Bogotá está en sus paredes, llevándola a la categoría de auténtica galería abierta.

En cada barrio, en cada esquina y en cada calle, hay un grafiti o un mural pintado. Distintos estilos y una enorme cantidad de sensibilidades y mensajes. Conocerlos y apreciarlos requiere un cierto conocimiento y un poco de perspectiva. Aunque el grafiti es una expresión artística y visual, muchos asocian su expansión con la política y los movimientos de resistencia.

Durante el Bogotazo de 1949, ya se registraban manifestaciones elocuentes en las paredes de Bogotá que buscaban llamar la atención y transmitir un mensaje al ciudadano. Artistas como Álvaro Moreno Hoffman fueron marcando territorio en las paredes de Chapinero y los Rosales para denunciar al gobierno y criticar la sociedad bogotana. Con el narcotráfico campante de los ochenta, el grafiti político y contestatario se estableció como forma de crítica y de dialogo. Los muros hablaban quizás más que los periódicos, y seguramente más que la televisión. En las calles florecían expresiones en contra de las administraciones o contenidos que rompían con las reglas establecidas. Extrañamente, en 1984, el arte callejero se vio impulsado por las palabras del expresidente Belisario Betancourt, quien pidió a los ciudadanos que salieran a las calles a pintar palomas de la paz. La respuesta del artista Keshava no se hizo esperar. Efectivamente salió a pintar, pero mostrando el alma rebelde del grafiti, es decir exponiendo las atrocidades ocultas, Así fue como Keshava decidió escribir "No más paloMAS", en clara oposición al movimiento paramilitar "Muerte a secuestradores".

En 1986, el libro una ciudad imaginada. Graffiti, expresión urbana de Armando Silva, semiólogo e investigador del arte de la universidad Nacional, exponía el grafiti latinoamericano como el gran informador de los pueblos. En otras palabras, el grafiti revelaba al pueblo ignorante lo que los gobernantes ocultaban, por medio de avisos públicos. En los 90, el grafiti ya estaba en todo Bogotá. 

El Hip-Hop se imponía en los barrios populares y se afianza como la cultura urbana dominante, influyendo incluso en otros ritmos latinos. Ser grafiteros iba de la mano con ser DJ o breakdancer. La música muy pegada al dibujo o ala arte. De esta escuela hibrida surgieron grafiteros como Beek, pionero del grafiti en Bogotá, quien fundo el grupo R. O. S (Represent Out Style).

R. O. S. se conformaba de dos jóvenes: Beek y Dukon777, quienes empezaron a pintar en las vías principales de la capital, como la Caracas o la 68. Buscaban monopolizar un sector para ser reconocidos por sus amigos y demás artistas. Durante años, el grafiti siguió creciendo y renovándose con nuevas generaciones de artistas hasta que, en el año 2011, el grafiti tuvo un gran impacto con el asesinato del joven grafitero de 16 años, Diego Felipe Becerra, disparado mientras huía de un policía que lo descubrió pintando en un puente. A raíz de ese trágico suceso, y debido a la movilización social de los allegados y artistas de distintas ciudades, el grafiti empezó a ser impulsado por las propias autoridades, ganándose así un espacio y reconocimiento en Bogotá. 

El grafiti puede hoy apreciarse al igual que las obras de Fernando Botero, en el centro histórico de Bogotá, en el barrio Bohemio de la Candelaria, en el parque de los Periodistas y Las Aguas, donde se encuentra el arte de artistas colombianos e internacionales.

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